El anciano camina por la obscura calle, carga su instrumento como si pesara una tonelada aunque es muy pequeño; los años, la tristeza y la costumbre han hecho que deteste su flauta, aquella que siempre le ha dado una razón y un modo de vivir.

Mientas el aire frío se cuela por los hoyos de su vetusto smoking recuerda el tiempo pasado, los tiempos mejores, cuando era aclamado como héroe, cuando todos lo conocían y admiraban, las mujeres suspiraban por el y los niños lo imitaban.

Ahora no era nadie

Al entrar al horrendo cabaret la atmósfera lo asfixia, el humo hace que sus ojos lloren y por un momento todo se vuelve un cuado impresionista.

A tientas y con desgano busca su lugar entre el resto de la orquesta.

La música que toca le parece repugnante, disonante, áspera. Cada nota que saca de sus pulmones le parece mas estúpida que la anterior.

Un cliente ebrio grita y arroja un vaso al escenario, el cristal se estrella justo en la frente del anciano que cae pesadamente al suelo; el gorila que cuida la puerta se lanza contra el ebrio y al hacerlo tira la mesa contigua.

El anciano despierta en medio de una trifulca, se oyen golpes, cristales rotos e insultos. Se levanta y limpiándose la sangre de la frente, sale por la puerta de servicio rumbo al oscuro callejón. Odia la violencia.

Triste, con frío, herido y sin paga, la existencia le resulta mas pesada aun que antes.

Para contentarse un poco, toma su flauta y la pone en sus labios, de ella emerge su propia música que tantos desvelos le ha costado, tocando, el anciano comienza a caminar.

Miles de ratas salen emergen de las alcantarillas, de los botes de basura y de las casas cercanas. Hipnotizadas forman una enorme fila y siguen al anciano ciegamente.

Prometeo
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