lunes, octubre 16, 2006

El refrigerador siempre estaba lleno, Samuel. La proteína nunca te faltó.
Romualdo siempre nos trajo de todo. Hasta la vez del gringo aquel desabrido, Romualdo quedó contento. Deja ahí,... los ojos son para el caldo.

Pobrecillo, tan flaco y tan limpio. Para mí que se metió con la apestosa del 15, pero nunca se lo tomé a mal. A mi flaco había que quererlo como con hambre, con hartas ganas. Así como se echó a la quinceañera. Al muy mendigo le gustaba que crujieran, como el pollo, como cuando algo se quiebra y se quema a la vez. Así se empiernó a la quinceañera. Dizque por blandita. Dizque las entrepiernas saben mejor así, todas entumidas del dolor, todas hinchadas.

Pero era bueno Romualdo, Samuel. Quiso que no fueras flaco. Quiso que le tuvieras miedo a bien pocas cosas. Figurate como nos quería, que me encargó que te encamaras a la del 15, y que me la trajeras para desquitarme. Mira que morir en el hocico de su perro no es muerte cristiana. Han de doler harto los colmillos. Pobre de tu papá, tan flaco, tan seco: el desgraciado ese ni le ha de haber tomado sabor.

Anda a traer más cloro, Samuel. El Romualdo ya no está flaco, ni limpio.

Te traes también el cuchillo grande.

Jehú.
http://pointlesstransducing.blogspot.com/

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