EL CRUCERO
-Ahí está de nuevo como cada tarde, dirigiendo el tráfico de ambas avenidas; aquella mujer en su pulcro uniforme de policía es mi ilusión, mi obsesión, mi deseo. Yo, en la distancia, nuevamente me dispongo a pasar en mi coche por el crucero para admirarla, para sentirla e imaginar que sus ademanes son su forma de decirme: “yo también pienso en ti”. Pero esta vez será diferente, esta vez ella se fijará en mí, tendré su atención. Enciendo el coche, salgo del sitio donde me estacioné y tomo el carril de extrema izquierda para pasar lo más cerca posible de ella. Conforme me acerco al crucero mi corazón se agita y una sensación de vacío invade mi interior. La suerte me sonríe: al momento que ella detiene el tráfico de nuestro lado quedo en primera fila, justo enfrente de ella. El tiempo es mágico mientras la contemplo, mientras la acaricio con la mirada; mi dama, en su pulcro uniforme, dirige con sus gráciles manos la danza de los autos. Absorto en su figura, vuelvo en mí cuando los autos me pitan y ella fuertemente suena su silbato ordenándome avanzar. Sin pensarlo piso a fondo el acelerador, doy un brusco giro del volante hacia la derecha y choco contra un poste en la orilla de la banqueta. Un fuerte golpe con el parabrisas sacude mi cabeza, la sangre y el dolor nublan mi vista; pero resisto para verla aparecer a mi izquierda, exaltada se agacha, me mira por la ventilla y con su dulce voz me pregunta: “¿está usted bien?”. Con la dicha de oír sus primeras palabras hacia mí, dibujo una sonrisa en mi boca y le contesto: “sí, ahora sí”.
Rapaquiwi
-Ahí está de nuevo como cada tarde, dirigiendo el tráfico de ambas avenidas; aquella mujer en su pulcro uniforme de policía es mi ilusión, mi obsesión, mi deseo. Yo, en la distancia, nuevamente me dispongo a pasar en mi coche por el crucero para admirarla, para sentirla e imaginar que sus ademanes son su forma de decirme: “yo también pienso en ti”. Pero esta vez será diferente, esta vez ella se fijará en mí, tendré su atención. Enciendo el coche, salgo del sitio donde me estacioné y tomo el carril de extrema izquierda para pasar lo más cerca posible de ella. Conforme me acerco al crucero mi corazón se agita y una sensación de vacío invade mi interior. La suerte me sonríe: al momento que ella detiene el tráfico de nuestro lado quedo en primera fila, justo enfrente de ella. El tiempo es mágico mientras la contemplo, mientras la acaricio con la mirada; mi dama, en su pulcro uniforme, dirige con sus gráciles manos la danza de los autos. Absorto en su figura, vuelvo en mí cuando los autos me pitan y ella fuertemente suena su silbato ordenándome avanzar. Sin pensarlo piso a fondo el acelerador, doy un brusco giro del volante hacia la derecha y choco contra un poste en la orilla de la banqueta. Un fuerte golpe con el parabrisas sacude mi cabeza, la sangre y el dolor nublan mi vista; pero resisto para verla aparecer a mi izquierda, exaltada se agacha, me mira por la ventilla y con su dulce voz me pregunta: “¿está usted bien?”. Con la dicha de oír sus primeras palabras hacia mí, dibujo una sonrisa en mi boca y le contesto: “sí, ahora sí”.
Rapaquiwi
6 comentarios:
¡Buenísimo! Gran idea y bien escrito. No habia notado a la policia en la foto.
Me pareció tiernísimo, mira que dejarse estrellar sólo por llamar la atención de ella.
Me gusto, pero al igual que el cuento de alla arriba, siento que se apresuran demasiado.
Separandolo en parrafos y haciendo mas enfasis en los dialogos se leeria mejor.
Agradable y sencillo relato donde demuestras que la ilusión viaja sin límite de velocidad.
¡A vengarse al texto "Yanumiro Matsumoto!
hola, vengo a decir que :
AWWWWWWWWWWW
tiernísimo, me encantó.
Sin críticas.
A mi me gustó, si se lee respetando los signos de puntuación no hay ningún apresuramiento (creo yo sr. huevo), y me agradó bastante el final.
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